Hombre nuevo, nuevo nombre;
bautismo de vino derramado,
por ese camino andado
desde Sanlúcar al Cielo;
por la gracia de Dios y de su Madre,
!ya puedes llamarte rociero!
La mirada se me escapa
sin hacerme ningún caso,
va corriendo hasta la ermita
por delante de mis pasos.
Y se posa la primera
en su inmaculado blanco,
que el alma no tiene espera
cuando lo que espera es tanto.
El cuerpo cansado
cuenta
cada paso que está dando
la tarde pasa… ¡qué lenta!
Y sin querer. suspirando,
el alma grita contenta
¡que llego!, ¡que estoy llegando!
M. Lobato
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