Cada vez que suena un tiro
en cualquier lugar del mundo,
cierro los ojos, para soñar
que no ha muerto nadie.
Y hay veces que me llevo
tanto tiempo con los ojos cerrados,
que sueño que he muerto
porque la bala me alcanzó a mí.
Luego recuerdo que estoy soñando
y que en mis sueños no muere nadie;
entonces despierto,
y me veo en un charco de sangre.
Yo sigo vivo,
pero, de mi corazón
salen claveles rojos
a borbotones.
M. Lobato