Cancerbera de los campos,
qué fue de ti, ¡ay chumbera!
compañera de un camino
alegre de primavera.
Ni siquiera tus espinos,
custodios de cien veredas,
quedaron como testigos
del recuerdo de quien eras.
Ya sólo queda mi llanto,
y en las lindes de mi pena,
el grito amargo del canto
que canta tu calavera.
Y aquella caña cascada,
guardada en mis entretelas,
soñando alcanzar tu fruto
que ya es sólo una quimera.
M. Lobato
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