Derribaré tu nombre y tu apellido,
la carne redentora de tus huesos,
el muro de carmín que hay en tus besos,
y el alto pedestal al que has subido.
Traspasaré la piel de tu vestido,
frontera que pusiste a tu universo,
y prenderé en tu pelo, de regreso,
el lirio inmaculado del olvido.
Quemaré tu máscara de acero
con la leña del árbol de tu cruz
y el fuego de tus ayes lastimeros.
Y por fin, cuando sólo quedes tú,
desnuda de las nubes de lo huero,
sabrás por qué te veo cielo azul.
M.
Lobato
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