Hoy ha vuelto aquel ángel,
se posó bajo el dintel de mi puerta,
me miró, sólo me miró,
sin decir nada…
no hacía falta;
la voz de su presencia, única y hermosa,
me habló del Cielo que nunca alcanzaré;
pero, al menos, ahora sé que el Cielo existe,
porque en sus alas subí tan alto,
que recordé la luz del amor.
M. Lobato
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